Mortificación Cristiana (1)
por el Cardenal Désiré Mercier
Objeto de la mortificación cristiana
La mortificación cristiana tiene por objeto neutralizar las influencias malignas que el pecado original sigue ejerciendo en nuestras almas, incluso después de haber sido regeneradas por el Bautismo.
Nuestra regeneración en Cristo, a pesar de vencer completamente al pecado en nosotros, nos deja sin embargo muy lejos de la rectitud y de la paz originales. El Concilio de Trento reconoce que la concupiscencia, es decir, la triple inclinación de la carne, de los ojos y de la soberbia, se hace sentir en nosotros, incluso después del Bautismo, con el fin de excitarnos al combate glorioso de la vida cristiana1. La Escritura llama a esta triple concupiscencia en algún momento el hombre viejo, opuesto al hombre nuevo que es Jesús viviendo en nosotros y nosotros viviendo en Jesús, y otras veces la carne o la naturaleza caída opuesta al espíritu o la naturaleza regenerada por la gracia sobrenatural. Es este hombre viejo o esta carne, es decir todo el hombre con su doble vida moral y física, a quien es preciso, no digo ya aniquilar, pues esto es imposible mientras dure la vida presente, sino mortificar, es decir reducir prácticamente a la impotencia, a la inercia y a la esterilidad de un muerto; hay que impedir que nos dé su fruto propio, que es el pecado, y anular su acción en toda nuestra vida moral.
La mortificación cristiana se debe pues extender a todo el hombre, llegar a todas las actividades en las que nuestra naturaleza se desenvuelve.
Tal es el objeto de la virtud de la mortificación: nosotros vamos a indicar su práctica, y cómo se realiza en nosotros, recorriendo sucesivamente las múltiples manifestaciones de la actividad humana.
- La actividad orgánica o la vida corporal.
- La actividad sensible, que se ejerce, bien bajo la forma de conocimiento sensible por los sentidos externos, o por la imaginación, bien bajo la forma de apetito sensible o de pasión.
- La actividad racional y libre, principio de nuestros pensamientos y de nuestros juicios y de las determinaciones de nuestra voluntad.
- Consideraremos a continuación la manifestación externa de la vida de nuestra alma o nuestros actos externos.
- Por fin, el intercambio de nuestras relaciones con el prójimo.
Ejercicio de la mortificación cristiana
I. MORTIFICACIÓN DEL CUERPO
1. Respecto a los alimentos, cíñanse, tanto como les sea posible, a lo estrictamente necesario. Mediten estas palabras que San Agustín dirigía a Dios: «Me habéis enseñado, oh Dios mío, a tomar los alimentos como medicinas. ¡Ay!, Señor, ¿y quién de nosotros en este aspecto no va más allá de lo estipulado? Si se encuentra uno, declaro que es un gran hombre y que debe dar mucha gloria a vuestro Nombre» (Conf. L. X, cap. 31).
2. Oren a Dios a menudo, rogad a Dios todos los días para que los preserve, por su Gracia, de sobrepasar los límites de la necesidad y para que no permita que caigan en la red del placer.
3. No tomen nada entre las comidas, salvo si la necesidad o la conveniencia lo indican.
4. Practiquen la abstinencia y el ayuno, pero solamente bajo obediencia y con discreción.
5.No está prohibido que prueben o degusten algo refinado, pero háganlo con intención pura y bendiciendo a Dios.
6. Regulen el tiempo de descanso, evitando todo tipo de pereza, de desidia, especialmente por la mañana. Si pueden, establezcan una hora para acostarse y una para levantarse y aténganse a ella con toda energía.
7. En general, no se entreguen al descanso más allá de lo necesario; préstense con generosidad al trabajo, no escatimando energías. No se agoten, pero tampoco entreguen el cuerpo a la molicie; en cuanto sientan en él un primer atisbo de sublevación, trátenlo como a un esclavo.
8. Si sienten alguna leve indisposición, tengan cuidado de no molestar a los demás con su mal humor; dejen que sus hermanos se conduelan de ustedes por propia iniciativa; ustedes sean pacientes y mudos como el Cordero de Dios, que cargó sobre sí todas nuestras flaquezas.
9. Eviten el ser dispensados o relevados de sus obligaciones con la excusa de cualquier mínima dolencia. «Hay que odiar como si de peste se tratase toda dispensa referente a las Reglas», escribía San Juan Berchmans.
10. Reciban con docilidad, soporten humildemente, pacientemente, con perseverancia, la penosa mortificación que se llama enfermedad.
II. MORTIFICACIÓN DE LOS SENTIDOS, DE LA IMAGINACIÓN Y DE LAS PASIONES
1. Alejen su mirada siempre y en todo momento de cualquier escena peligrosa e incluso tengan el valor de hacerlo respecto a todo lo que es vano e inútil. Vean sin mirar: no se fijen en nadie para observar su belleza o su fealdad.
2. Cierren sus oídos a las insinuaciones halagüeñas, a las alabanzas, a las seducciones, a los malos consejos, a las maledicencias, a las bromas hirientes, a las indiscreciones, a la crítica malevolente, a las sospechas temerarias y a toda palabra que pueda causar, entre dos almas, el más mínimo distanciamiento.
3. Si el sentido del olfato es ofendido por ciertas dolencias o enfermedades del prójimo, no se quejen nunca de ello sino, por el contrario, conviértanlo en fuente de santa alegría.
4. En lo que respecta a la cantidad de los alimentos, ¡presten suma atención al consejo de Nuestro Señor! «Comed lo que se os sirva». «Los buenos alimentos tomadlos sin complacencias, los malos sin manifestar vuestra repugnancia, con la misma indiferencia ante unos y ante otros; ésta es –dice San Francisco de Sales– la verdadera mortificación».
5. Ofrezcan a Dios sus comidas, prívense de algo al comer, por ejemplo: no añadan ese poco de sal, ni tomen ese vaso de vino, ni ese manjar, etc.; sus comensales no se darán cuenta, pero Dios lo recompensará.
6. Si lo que se les ofrece les agrada sobremanera, piensen que a Nuestro Señor en la Cruz le fue ofrecido hiel y vinagre; eso no les impedirá saborearlo, pero si equilibrará el placer que experimenten.
7. Hay que evitar todo contacto sensual, cualquier caricia acompañada de cierta pasión, o bien buscando o experimentando un gozo especialmente sensible.
8. Prescindan de acercarse a la estufa o al radiador, excepto que lo necesiten para evitar una indisposición de salud.
9. Resígnense a las mortificaciones que impone la propia Naturaleza; especialmente el frío del invierno, el calor del verano, la incomodidad en el dormir y demás molestias por el estilo. Pongan buena cara ante las variaciones del tiempo y sonrían, sea cual sea la temperatura del ambiente. Digan como el profeta: «Frío, calor, lluvia, bendecid al Señor».
Dichosos si pudiéramos llegar a decir con corazón sincero esta expresión que era familiar a San Francisco de Sales: «Nunca me encuentro mejor que cuando no estoy bien».
10. Mortifiquen su imaginación cuando los seduzca con el señuelo de una situación brillante, cuando los aflija con la perspectiva de un futuro sombrío, o cuando los irrite con el recuerdo de una palabra o de una acción que los hayan ofendido.
11. Si sienten en su interior la necesidad de soñar, corten de raíz ese empuje, sin piedad.
12. Mortifíquense con el mayor celo en cuanto se refiere a la impaciencia, la irritación o la ira.
13. Examinen profundamente sus deseos y sométanlos al dominio de la razón y de la fe: ¿no desean acaso una larga vida más bien que una vida santa? ¿placer y bienestar sin penas ni dolores, victorias sin combates, éxitos sin contratiempos, aplausos sin críticas, una vida cómoda, tranquila sin ningún género de cruz, es decir una vida completamente opuesta a la de Nuestro Divino Salvador?
14. Tengan cuidado de no adquirir ciertas costumbres que, sin ser positivamente malas, pueden llegar a ser funestas, tales como las lecturas frívolas, los juegos de azar, etc.
15. Busquen cuál es su defecto dominante, y cuando lo hayan descubierto, persíganlo hasta lo más recóndito. A este respecto, sométanse con docilidad al examen particular con todo lo que él pueda conllevar de monotonía y tedio.
16. No está prohibido tener y demostrar un corazón sensible, pero eviten el peligro de sobrepasar el límite de lo prudente. Rechacen con energía los apegos demasiado humanos, las amistades particulares y la sensibilidad inconsistente y débil del corazón.
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1. «Manere autem in baptizatis concupiscentiam, vel fomitem, hæc sancta Sinodus fatetur et sanctit: quæ quum at agonem relicta sit, etc. Hanc concupiscentiam aliquando Apostulus peccatum appelat… quia ex peccato est et ad peccatum inclinat». (Conc. Trid. sess. V – Decretum de pecc. orig.)
«Ahora bien, que la concupiscencia o fomes permanezca en los bautizados, este santo Concilio lo confiesa y siente; la cual, como haya sido dejada para el combate, etc. Esta concupiscencia que alguna vez el Apóstol llama pecado… sino porque procede del pecado y al pecado inclina». (Concilio de Trento, sesión V – Decreto sobre el pecado original)
1 comentario
Es un excelente forma de expresar el aprecio por el sacrificio de Cristo en la Cruz. La mortificación es una virtud llevada a termino por los santos en imitación a Cristo,
Hoy podemos contemplar esta virtud cristiana al centrar nuestra vida en Cristo crucificado, imitandolé con ayunos, modestia, dejando de lado el egocentrismo o la autocomplacencia. Estos actos harán crecer nuestra vida elevándola al Cristo y como resultado, podemos conseguir la felicidad en nuestros corazones al tener la fuerza que Dios imparte para alejarnos de las causas y engaños de el mundo que nos aleja de la verdad cristiana.