Cristo, Rey de la Patria Eterna
por Monseñor Thiamer Toth
Hemos de considerar y meditar la vida eterna. ¿A qué obedece la triste realidad de que entre nosotros sean tan pocos los católicos que impregnan de religión todos los días y todos los actos de su vida cotidiana? La causa de tal hecho estriba en que no sabemos ver la vida eterna con la mirada de los santos. Cuando las pruebas nos abruman cual piedras que pesaran toneladas, no sabemos volvernos con el rostro transfigurado al cielo.
Los santos eran hombres como nosotros; tenían un cuerpo como el nuestro y tenían que luchar con los mismos obstáculos en su camino; sus enemigos eran como los nuestros; las mismas tentaciones y los mismos recursos. Pero hay un punto en que difieren de nosotros de modo extraordinario: meditaban de continuo estas tres cuestiones: ¿Quién es Dios? ¿Qué es la vida terrena? ¿Qué es la vida eterna?
1) ¿Qué pensamos de Dios?
Muchos piensan que Dios es un ser grande y lejano a quien rinden culto los domingos y fiestas de guardar. Pero se olvidan de Él en su vida cotidiana. En cambio los santos vivían en la presencia de Dios: “En Él vivo, me muevo y existo”.
Nosotros nos quejamos y desesperamos frente a las dificultades. Por el contrario, los santos veían en todo la voluntad de Dios.
Nosotros nos rebelamos cuando nos hiere la enfermedad o la desgracia. En cambio, lo santos besaban la mano que los castigaba.
Nosotros nos quejamos de nuestro prójimo. Los santos consideraban a todos hermanos, hijos del mismo Padre.
2) ¿Qué pensamos de la vida terrena?
Para algunos hombres no es otra cosa que la búsqueda de placeres pecaminosos. Hay otros que la miran como la suma de muchos días, y la pasan, mitad soñando: “¡Qué bien estaba antes!”, y mitad temiendo: “¿Qué será de mí en el futuro?”. Nunca están satisfechos, creyendo que la suerte del otro es siempre mejor.
No es así como pensaban los santos. Para ellos la vida era una blanca vestidura con que los adornara el Padre celestial diciéndoles: “Hijo, así debes devolvérmela después de tu muerte”; un arca de tesoros que reciben los hombres en el momento de nacer y que deben ir llenando hasta el día de su muerte. Ellos no soñaban con lo que hubo antes; ni temían el porvenir. Para ellos no había más que una cosa importante: “Hoy, en esta hora, en este momento, ¿cómo puedo cumplir la voluntad de Dios y así alcanzar la vida eterna?”
3) ¿Qué pensamos de la vida eterna?
Los santos miraban con mucha frecuencia el cielo. Se veían a sí mismos: los sufrimientos que habían soportado aquí abajo comparados con la felicidad eterna de la gloria; los dolores padecidos que allí alcanzan su premio.
Diariamente confesamos: “Creo en la vida perdurable”. Es un artículo del Credo. Pero, ¿cómo lo confesamos? ¿Sólo de palabra o también con la vida?
Junto a mí todo cae y perece…; ¿sé decir, no obstante, hay vida eterna? Entierran a mis seres queridos…; ¿sé decir, a pesar de todo, hay vida eterna? Las desgracias casi me aplastan con su peso…; ¿sé consolarme con la esperanza en la vida eterna?
Hoy, en esta hora, en este momento, ¿cómo puedo cumplir la voluntad de Dios y así alcanzar la vida eterna?
Recordemos otra vez la lección de los santos. Para ellos la vida eterna era la patria verdadera y la terrena, su sombra. Y, con todo, sabían alegrarse de los rayos del sol, escuchaban los trinos de los pájaros y cumplían con su deber. Pero tenían puestos sus ojos en el cielo, sentían nostalgia de la patria celestial. Debemos hacer lo mismo. Esa nostalgia nos anima a una acción valerosa, nos hace olvidar las lágrimas, nos hace juntar las manos para la oración. Así es como podemos sonreír en los días más oscuros: sabemos que nuestras lágrimas caen en la mano de Dios. Cuando el cielo esté nublado en mi alma, la luz de la vida eterna debe abrirse paso a través de los negros nubarrones.
Debemos resistir como columnas en medio de este mundo tan trastornado. ¿Sufrimos? Es posible. ¿Luchamos? Es posible. ¿Caemos? Es posible, pero levantémonos siempre.
Cristo es el Rey de la vida eterna, y nosotros hemos de ser los herederos. Hemos de ser católicos de todos los días, que nunca olvidan, sea cuales fueren las circunstancias, que Dios nos ha creado para la vida eterna y que allí nos espera… con tal que perseveremos.
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